
Dándole ánimos a un joven amigo desalentado, Séneca le escribía, hace ya dos mil años: “sembramos nuevamente luego de una mala cosecha; volvemos a echarnos a la mar después de un naufragio…”. Hoy en día, en Chile abundan las reflexiones parecidas. Se suele recordar a Sísifo, el personaje mitológico condenado a empujar constantemente una enorme roca montaña arriba, la que siempre volvía a rodar cuesta abajo, cuando estaba a punto de alcanzar la cumbre.
Entre tantas respuestas que ha provocado el reciente terremoto, detengámonos en una que resume las interrogantes que esta tragedia nos plantea sobre las reiteraciones de la historia y sobre la posibilidad de un aprendizaje verdadero: “¡Reconstruir mejor!”. En la contienda política pequeña, esta frase puede interpretarse como “lo haremos mejor que el gobierno anterior”. En cambio, su verdadero sentido, hayan o no querido imprimírselo quienes la pronunciaron, debiera ser: ¿Cuánto y cómo podemos aprender de las grandes desgracias?
Comencemos por notar cuán insignificantes nos parecieron, luego del sismo, las pequeñas grietas en los muros y la vajilla quebrada. Antes le hubiésemos dado mucha importancia. En cambio, después del 27 de febrero, cuando hemos preguntado a parientes y amigos sobre cómo los afectó el sismo, la respuesta más repetida ha sido: “No me pasó nada, comparado con lo que ha sufrido tanta gente”. ¿Es que siempre se requiere de un desastre para tomar distancia y distinguir lo importante de lo superfluo?
Para intentar responder, regresemos a Séneca: en su época, la Roma Imperial había alcanzado un bienestar material sin par. De mano del progreso llegaron los excesos más inauditos. Los ricos competían por quién exhibía el carruaje más grotescamente lujoso, al tiempo que pagaban verdaderas fortunas por algún manjar exótico para hacer ostentación en sus desenfrenados banquetes. Ante tales excesos, Séneca evoca con añoranza las costumbres austeras de los ciudadanos de antaño, cuando el poderío romano aún se estaba edificando. Por su parte, en sus magistrales observaciones sobre su visita a los Estados Unidos, más de 50 años después de la gesta de independencia de ese país, Alexis de Tocqueville anota que el progreso material ha traído aparejado un ablandamiento del espíritu de los tiempos fundacionales.
“En el dolor nos hacemos; en el placer nos gastamos”, decía un pensador español. No se trata, por supuesto, de promover una ética de la mortificación. El punto consiste en comprobar que en la marcha de la sociedad enfrentamos una desoladora paradoja: luchamos con denuedo con miras a lo que pensamos será un futuro mejor; luego, cuando llega el progreso material, viene acompañado de la exaltación de lo banal y de la degradación de los espíritus.
¿Quiere decir todo esto que nos movemos circularmente y sin sentido, como el buey que empuja la rueda de molino? No lo creo. Pienso que el movimiento de la historia se grafica mejor con la figura de una espiral tridimensional, pero de un ángulo muy cerrado. A cada giro de esta espiral hay un leve ascenso, aunque con frecuencia es imperceptible para la inmensidad de nuestra desolación y de nuestros anhelos. Y también – algo de lo cual no da cuenta la imagen de la espiral - hay retrocesos ocasionales. El desafío, entonces, es tratar de aprender lo más posible de cada vuelta de la historia, para que en cada ocasión la reconstrucción material y moral pueda ser algo más elevada, un poco mejor…
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