martes, 21 de agosto de 2012

ABORTO: APRENDER A DEBATIR


Pocos temas dividen más profundamente a las sociedades modernas que el aborto. Cuando las posiciones sobre cuestiones valóricas se polarizan al extremo, suele generarse una negativa por parte de todos a aceptar incluso lo más evidente, por un temor no declarado de que si se admite que es de día, cuando efectivamente el sol está alto, quién sabe qué argumento sacará el oponente, apoyándose en esa admisión.

Es así como en las últimas décadas, las posiciones se han encrespado. Para los partidarios más extremos del aborto a libre elección y en todo momento, un feto de ocho meses no es un proceso de gestación de vida humana en estado muy avanzado, sino un mero montón de células. Para quienes se oponen al aborto de manera absoluta, un óvulo recién fecundado no es un proceso de gestación de vida humana en su primer paso, sino un ser humano.

 Para poder dar sentido a una política pública sobre esta materia, es preciso, en primer lugar, reconocer que es necesario que haya un debate social. Las sociedades que intentan resolver los dilemas que este tema conlleva mediante una decisión judicial de aplicación general, como fue el caso de los Estados Unidos, lejos de cerrar la cuestión, la agudizan. No es fácil lograr acuerdo sobre el aborto, no digamos ya en cuestiones de fondo, sino, para empezar, sobre los términos mismos del intercambio de ideas.

 Estos son algunos criterios que podrían ordenar el debate sobre el aborto:

 1.Partir por reconocer que antes del nacimiento de un ser humano hay un proceso de gestación de vida que pasa por distintas fases. Si ese proceso no se interrumpe por causas naturales o provocadas, se habrá dado a luz a una nueva persona.

 2.Aceptar que dicho proceso de desarrollo de vida es un valor que merece reverencia.

 3.Distinguir diferentes etapas en la gestación, partiendo por la fecundación del óvulo, seguida por su implantación en el útero y, más tarde, por distintos estados de desarrollo del sistema neurológico del feto, por el momento de su viabilidad (esto es, la capacidad de sobrevivir fuera del vientre de la madre, tiempo que los avances de la ciencia han ido adelantando) y por su nacimiento. Se pueden distinguir otras fases relevantes, como el momento en que es posible detectar graves anomalías congénitas en el feto.

 4.Admitir que, en cada fase, la interrupción o continuación del embarazo puede entrar en conflicto con otros valores que también merecen reverencia, como la vida o salud de la madre, su integridad psicológica (por ejemplo, si el embarazo es fruto de una violación) o las consecuencias personales y familiares del hecho de llevar a término un embarazo que no culminará en una vida humana mínimamente viable.

 5.Considerar, para cada etapa de la gestación, qué valor en conflicto debe tener precedencia y si corresponde o no aplicar alguna de las siguientes posibilidades: (a) la investigación científica y/o la fertilización asistida que supongan necesariamente disponer, en una muy primera fase, de uno o más óvulos fecundados; (b) la asistencia a la futura madre, por parte de los servicios públicos de salud, en la interrupción del proceso de gestación; (c) la orientación de parte de servicios públicos a la mujer embarazada que no se siente capaz de asumir su futura maternidad, para que la lleve a término y entregue a la creatura en adopción; (d) la prohibición del aborto y/o su penalización y a quién alcanzaría tal castigo.

Puede haber distintos otros criterios para debatir este arduo tema. Sin embargo, parapetarse en posiciones irreductibles e insostenibles, de uno y otro lado, es el menos conducente de todos.

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