
Se ha acusado a la Universidad UNIACC de promover activamente programas educacionales de baja calidad dirigidos incluso a personas sin calificación para cursar estudios superiores, pero portadoras de las “Becas Valech”.
Para situar debidamente este problema, recordemos lo siguiente:
Primero, que desde principios de los años 80 se viene consensuando, en todo el mundo, un conjunto de principios para enfrentar un legado de violaciones de los derechos humanos, como parte de un proceso de transición a la democracia. Segundo, entre estos principios se cuentan la revelación de la verdad de lo ocurrido, el reconocimiento de tal verdad, la reparación a las víctimas y la justicia.
En tercer lugar, sobre la verdad de lo ocurrido durante la dictadura, hubo en Chile dos comisiones. La denominada Comisión Rettig (1990-1991) que se concentró en casos de desaparición, asesinato y violencia política con resultado de muerte, los cuales suman más de tres mil, y la llamada Comisión Valech, sobre prisión política y tortura, que entregó su informe en 2004, calificando a cerca de 30 mil personas como injustamente encarceladas.
Ambas comisiones propusieron medidas de reparación para las víctimas o sus familiares. Estas medidas incluyen pensiones, atención de salud y becas de estudio. Otras leyes han otorgado beneficios a exiliados y a personas que fueron expulsadas (“exoneradas”) de la administración pública por razones políticas. Ha habido también reparaciones simbólicas, como la construcción de monumentos y parques conmemorativos.
El Estado ha gastado cuantiosas sumas en reparaciones, porque los daños han sido innumerables y muy graves. Se estima, generalmente, que las personas que han recibido reparaciones han sido bien calificadas como víctimas. Una excepción es la determinación de los exonerados políticos que incluye a miles de personas que no debieron haber sido reconocidas como tales.
Reparar es un deber moral y legal. Sin embargo, cuando hay beneficios económicos de por medio, tienden a suceder dos cosas. La primera es que, junto a las víctimas genuinas, otras personas intentan obtener beneficios. Algunas de ellas actúan con excusable ignorancia; la mayoría, no. Lo segundo que ocurre es que otros agentes tratan de lucrar en la medida que puedan. Se dice que este es la situación de la Universidad UNIACC y quizás de otros establecimientos educacionales. No me consta.
Lo que sí es claro es que hay que examinar a fondo las acusaciones. Chile ha sido uno de los países que más esfuerzos ha hecho por enfrentar el pasado de violaciones de derechos humanos. Esto se ha conseguido principalmente gracias a la presión sostenida de las propias víctimas y sus familiares. Lo que ellos han podido obtener no es una granjería, sino una reparación, quizás modesta, pero otorgada en un espíritu de justicia. Por lo mismo, no se puede dejar de investigar a fondo la posibilidad de que ese noble propósito haya sido contaminado por la mezquindad y la codicia.
Si se probara que hubo abuso, la política de reparaciones no perdería sentido. Pero sí se habrá aprendido una lección: hasta en los temas de mayor relevancia ética es preciso ser rigurosos. Quizás los legisladores aprobaron ciertas normas sobre reparaciones sin debidos resguardos, sea por considerar el tema políticamente tabú, por negligencia o por no querer enajenar a votantes potenciales. Y por ahí se pudo haber colado la trampa, que suele ser el repulsivo reverso de la medalla de la justicia.